Hablar de Keith Haring es hablar de un artista irrepetible y de un icono que trasciende el mundo del arte e impregna a todos los ámbitos de la sociedad. Sin duda, estamos hablando de uno de los artistas más importantes de los últimos 50 años y cuya obra no ha dejado de apreciarse y levantar interés de los principales museos y galerías del mundo.
Un artista en plena efervescencia
Cuando se cumplen 30 años de su muerte, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que estamos ante un autor cuya obra se encuentra en plena tendencia alcista. No hay más que echar un vistazo a las últimas subastas para comprobar que existe todo un fenómeno en torno a la figura del artista estadounidense. Ello es así porque no estamos ante un artista callejero sin más, sino ante todo un icono cultural, social y político que, pese a su fallecimiento en 1990 a la temprana edad de 31 años, ha continuado sirviendo de inspiración a millones de personas desde entonces entre los que se pueden contar otros autores como Banksy o Shepard Fairey.
En Tinsa estamos muy familiarizados con la obra de Haring, ya que son muchos los encargos de valoración de obras de arte suyas que recibimos cada año. Sin ir más lejos, en 2019 el valor medio de los informes de valoración realizados de obras de Keith Haring en Tinsa -la mayoría de ellos, dibujos- se situó en torno a 22.000€.
Keith Haring intentó combinar en su obra el arte, la música y la moda, rompiendo barreras existentes hasta entonces entre estos campos, lo que le aupó como icono pop. Haring fue el primer artista en ofrecer obras tanto a coleccionistas de arte como a consumidores finales –en forma de merchandising–, fenómeno que hoy se ha extendido como práctica habitual pero que entonces era inimaginable.
La típica iconografía de sus sencillos dibujos incluye animales y figuras danzando, perros, bebés, pirámides, teléfonos, siluetas trazadas con tiza blanca, dibujos animados y un largo etcétera. Ahora bien, hay que señalar que el valor de su obra no deviene de sus dibujos exclusivamente. De hecho, Haring buscaba trabajar con imágenes que fueran accesibles, sencillas y lo suficientemente genéricas para que pudieran ser aceptadas por cualquiera, constituyendo un paso enorme en el camino de la democratización, popularización y accesibilidad del arte. En este sentido, son ya historia del arte sus numerosísimas intervenciones en espacios del metro de Nueva York -que le costaron algunas detenciones- o el trozo de Muro de Berlín que pintó en 1986.
Como es lógico, cuando echamos un vistazo al mercado del arte podemos comprobar que actualmente la demanda de obras de Haring es enorme. Buena muestra de ello son las grandísimas pujas que han tenido lugar en los últimos años en torno a obras del artista americano. Por citar algunas, diremos que las casas de subastas Christie’s y Sotheby’s han venido organizando numerosas subastas a lo largo de la última década, en las que se han alcanzado cifras verdaderamente altas por obras como Silence (5,6 millones de Dólares), Dancing dogs (4,6 millones de Dólares) o The last rainforest (4,2 millones de Libras Esterlinas).
Keith Haring como activista social: el valor del entorno en su obra
Con frecuencia Haring es injustamente catalogado como un artista del graffiti o street art. Sin embargo, todo lo que no sea situarlo en la vanguardia del arte urbano de los años 80 del siglo XX es restarle el valor que realmente tiene. Pese a que frecuentemente compartía el contexto con artistas del grafitti, a Haring lo que le interesaba en sí era el momento de ejecución de la obra, que además de tener lugar en sitios públicos debía darse a plena luz del día, sin ocultamientos, mientras el público lo podía observar y comentar en directo. En este contexto, cada obra adquiría un elemento performativo que era considerado por Haring como un valor añadido exclusivo. Y es que la apertura al público era un componente esencial que explica toda su obra y podría simbolizarse en el uso de tiza blanca o figuras que recuerdan a dibujos animados.
Para Keith Haring cada obra de arte no era algo ajeno al entorno físico y el contexto histórico en el que era creada. Según la visión del autor americano, en el proceso creativo, pese a que la idea lógica del dibujo fuera premeditada y planificada con anterioridad y meticulosidad, el momento de ejecución era estrictamente intuitivo. En él, el artista debía dejarse llevar y atravesar por el entorno y por las sensaciones inmediatas que experimentase en el momento de la plasmación de una obra. Ello no era casualidad, sino que era su manera de reivindicar la dimensión humana de toda obra de arte.
Pero además de graffitis y pinturas, Haring también hizo esculturas. En todas ellas existe una clara intención de hacerlas interactuar con el entorno en el que son emplazadas, aportando una armonía exclusiva a cada lugar. Por este motivo, muchas de las esculturas de Haring fueron hechas con la intención de que la gente pudiera usarlas como asiento, como parasol o como lugar de juego para niños. Por todo ello, además de por el contenido de la obra de Haring, eminentemente social y rebelde, Keith Haring es considerado uno de los principales defensores del arte para todos.